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jueves, 24 de junio de 2021

MI POEMA 'LA POESÍA NO ES DE LIBROS".












LA POESíA NO ES DE LIBROS.
(Poema. Armando Prieto Sust.)

"No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira.

Podrá no haber poetas, pero siempre

habrá poesía..."
("Rimas", de  Gustavo Adolfo Bécker )

 

No preguntes

de dónde viene la poesía

No busques la respuesta

en los poetas.

 

La poesía no es de libros

ni es de páginas, 

ni de las webs,

ni de los anaqueles;

ni de repisas apiladas

ni de olvidados entrepaños

en las heladas estanterías

que tan poco han visto luz

y tanto siguen viendo polvo

-aún cuando las limpian-, 

en librerías anquilosadas

o en disecadas bibliotecas.

 

Ni es de revistas

con tiradas recordistas

ni de "best sellers" 

con millones en galera

 

La poesía tampoco es de palabras

sembradas como en un invernadero

en los labios embalsamados

de reyes del histrión

ni de líderes del show

ni de los campeones declamadores

ni de los ases de la locución

ni en la de los oradores permanentes

ni de los charlatanes eventuales

ni en las de los cantamañanas

partidarios de políticas

ni en las de gallos cacareantes por azar.

 

Ni es de plumas,

ni de lápices,

ni de bolígrafos

ni de ninguno que otro "grafo".

 

La poesía

no es de imprentas

ni de papelerías

ni de bazares acaudalados

ni de boutiques

-¡mucho menos!-

ni es de caracteres digitálicos

ni de máquinas dactilógrafas,

ni de carboncillo,

ni es de geroglíficos

ni de códices ilegibles 

o borrados casi

 

No preguntes

de dónde viene la poesía.

No busques la respuesta en los poetas.

 

La poesía no es de libros.

La da la naturaleza.

 

La traen la lluvia, el sol

el viento, el pan, el frío

las sequías y las exequias,

las exequias y los nacimientos 

las tormentas

los seísmos, los tsunamis, los secuestros

-los más sonoros y los más esquivos-,

y las hambres.

 

Viene también en las matanzas

en las de fuego abierto

y en las de fuego lento.

 

La traen los pájaros cantores

pero también los mudos

los plumíferos y los de hierro

esos que arrojan plomo y pólvora secante

y las abejas con flores y sin flores

con y sin flores que libar.

 

La poesía yace,

pero también, a veces,

pace 

en los surcos

en las siembras que todo lo alegran

con sus frutos frescos

y en las que enlutan todo con engendros fatuos.

 

La poesía yace

por entre el trigo que se despeina con el viento

en la semilla, en la simiente

y en el semen,

tanto en el semen primerizo

como en el debutante,

en el "de gatillo alegre",

en el decepcionado

en el pródigo y en el escaso,

en el entusiasta,

en el decadente

y también en el cansado semen.

 

La poesía yace y pace

entre las flores y las plantas,

en los jardines y en los páramos

entre los montes y los pastos.

A menudo también salta, ataca

se violenta

agrede, ahoga, asfixia,

aniquila, apresa, enyuga

y aumenta peligrosamente

los ingresos en los manicomios

y las poblaciones carcelarias.

 

No preguntes

de dónde viene la poesía

 

No busques

la respuesta en los poetas.

 

La poesía no es de libros

 

LA DA LA NATURALEZA…

 

Los poetas sólo hacemos

encontrarla, descubrirla


Lo que hemos o no escrito

son sólo hallazgos

o pérdidas

en las siembras.. 

Armando Prieto Sust.

sábado, 26 de noviembre de 2016

LADY THOMPSON NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

IMPORTANTE: NINGUNA DE LAS ESCENAS SEXUALES ES REAL. TODO ES FICCIÓN E IMAGINACIÓN. Armando H. Prieto Sust: El Autor.


Dormía, sí, y navegaba yo en medio de mi pesadilla ancestral,aquella que habría "nacido", como lo intuyo, en un tiempo de cuyo inicio ya ni me acuerdo. Pesadilla que, también intuyo, apareció en algún momento de mi vida temprana, y que habría sido en el silencio de una de las noches tan cotidianas y tediosas de mi barrio repetido a sí mismo hasta el cansancio. Se habrían apagado los pregones "anunciambulantes" y los azúcares de sus dulces muy temprano; y el agua ya se habría secado también en mi garganta. 

Estaba solo, y sentí sed. Quise clamar por agua, y la voz no me salió. Quiero moverme, pero ya la parálisis me domina. Alguien está pasando sus manos y una cuerda muy fina por mi abdomen, y me hiela hasta los huesos. 

Todo es imposible. Mover un dedo, ya no existe. Gritar es el reto. Estoy seguro de que no duermo, y de que algo me arrastra hacia un sueño que, si me vence, será para nunca más despertar. 

El aire empuja las cuerdas vocales, pero ellas ya tienen la parálisis. Es de vida o muerte: hay que gritar. Hay que aprovechar que la parálisis aún me deja tomar algo de aire, y acumular lo más posible de él para lanzarle un chorro a las cuerdas, y moverlas. No se mueven. 

No puedo, pero lucho ... ya sale un quejido, pero no es suficiente. ¡Vamos, otro ...!, ¡Más fuerte, más, más ....! ¡Más ...!. ¡Más ...!. ¡Máaa ...! .

¡ MMAAAAAAAAAAAMMMIIIiiiiiiiiiiiiiiii ......... !!!!


MAS, SÍ: NO TIENE QUIEN EL ESCRIBA. 

El señor Barloć, que es hoy el recepcionista del turno de la noche, está frente a mí, muerto de las risas. A su lado, Antonio, el vigilante de seguridad de la fase donde está la pequeña clínica en este Centro Comercial turístico, se está ahogando en carcajadas.

- ¡¿Qué te pasa, coño ...!?, -Me dice Barloć, cogiendo aire para la próxima carcajada-, ¿por qué gritas así ...?. 

-¿Será que has visto un fantasma, o algo raro ...?. Yo he escuchado que aquí se aparece un fantasma, que dicen que es un médico que ... ¡Perdona, perdona, doctor ...!. ¿Te sientes bien ...?. Ve, ve a tomar agua ... 

Esto me dice Antonio, conteniendo heroicamente, sus risas.

-¡¿Ah ...!, Ya sé. -les digo yo, aún atontado- He vuelto a gritar ... 

_ Estabas llamando a tu "mami", -me informa Barloć-,   ¿por qué llamas a tu mami ...?. ¿O será que llamabas a esa "mami", que viene por ahí?.


Barloć me ha dicho esto último al volver la cabeza para ver que, en la recepción, hay una chica que acaba de llegar, acompañada. Ël puede verla porque ha dejado la puerta del despacho médico, abierta. Ahí es donde duermo, sobre la camilla ,durante las horas en que no hay nada qué hacer en estas madrugadas de guardia médica. 

La chica es muy atractiva, y por eso  ha dicho lo de "mami". Yo, desde la camilla donde aún yago, no alcanzo a verla pero, cuando lo haga, me voy a enterar que es la misma chica que esta mañana me había impresionado con la misma belleza que estaba ahora captando, al vuelo y desde lejos , mi compañero de trabajo, cuando la veía por primera vez. 

...

Eran como las diez de la mañana, y ella vino llorando porque, según decía, le costaba respirar, sufría de una tos persistente, y le dolían el pecho y la espalda. 

- Are you asmathic or something like that ...?, ("Es usted, asmática, o algo así ...?), Le he preguntado, tiernamente ...



Debrah inspira ternura, desde que la ves. Tiene treinta y tres años pero luce y llora aún como una adolescente. Eso no parece agradar mucho a su esposo, que quizás esperaba, cuando la desposó con veintitrés años, que su compañera y madre de sus hijos desarrollara un carácter más adulto, con el paso de los años. O, al menos, le reservara las "ñoñerías" sólo a él, en la intimidad, y no anduviera regalándolas por ahí al primer patán con cara de galán de culebrones de segunda clase en pre-retiro, que la tratase con cortesía, ternura y cariño, en sus propias narices, por muy médico que fuera.

Fue por eso que, pretextando que el niño estaba solo en la salita de espera, se deslizó afuera de la consulta tan pronto como pudo, para que su esposa no le notara que él aún la celaba. Error craso. Quizá, Debrah hubiera preferido que su marido se volviera a comportar como un novio, más ahora, que ella se sintiera susceptible por su enfermedad repentina, aquí en tierra extraña, y amenazando con arruinar las vacaciones. 

Lo que no podía entender el señor Thompson, es que yo no albergaba ninguna intención donjuanesca en mis atenciones con su mujer, porque lo hubiera tratado bien, incluso a él, en caso de haber sido el paciente. Yo no hacía más que dedicarle a su señora esposa, las mismas comprensión y apoyo que intento con todos mis pacientes. Sólo que con Debrah salía más fácil, porque reclamaba cariño, y se dejaba querer. 

Por otro lado, la evidente reacción de agrado ante la belleza de su mujer, no albergaba ninguna pretensión. Es algo que no se puede esconder, aunque yo siempre trato de atenuarlo. Decididamente, disimular no se me da bien. La chica es bella, y su cuerpo, irresistible. Todo sale hacia afuera, y te abofetea, para que lo mires y no te lo pierdas. 

Comenzando por los ojos, de un verde que ya quisiera la más pura de las esmeraldas para sí. Luego, la melena negra y lacia, que brilla más que el charol de los zapatos de tap de Fred Astaire, en contraste con una piel aria y sonrosada, donde pareciera que se inspiraron los que inventaron los aceites de baño. Y la expresión desvalida, mimosa, clamando ayuda: 

 _ Me duele mucho, doctor .. Aquí, en la espalda, y me cuesta respirar, -se refujiaba en mí, que le brindé, inequívocamente, la decisión de tragarme todos sus lamentos. Y es que no existe otra manera de mirar a esos ojos ya esa carita de muñeca viva, que adorándole la imagen; ni otra forma de tocar su piel, que cuidando mucho de no resbalar por su lisura, porque te puedes caer inexorablemente en cualquiera de sus promontorios u oquedades, y de ahí, nadie te salva. Como nadie me salvaba a mí de tener que tocarla, aunque sólo fuera para un examen físico. 

Yo no hallaba qué hacer para calmar sus penas, para esclarecer sus síntomas y a la vez irle aliviando, y para que ella se sintiera segura y protegida ante la figura del médico. 

Ya, examinarla, fue una odisea. Meter mi mano por debajo de la blusa para colocar un termómetro en su axila que me invitaba a quedarme allí con el termómetro, era otro reto. 

Palpar su tórax divino cuidando de no aparentar interés por mirarle, ni rozar, incluso, las poderosas tetas iba a ser, como quiera que lo hiciera, un acto evidentemente deshonesto, porque aquello era plausible, obvio, inexorable y ella, que lo sabía muy bien, ya no luchaba contra lo imposible..

Fue ahí donde el señor Thompson no pudo más y se largó. 

Debo reconocer  que lo hizo resignado, sin rencores. Acostumbrado, como estará, de ver que su mujer va despertando la lujuria en todas las puertas que llame, aunque no quieran ella ni el abducido, habría albergado la esperanza de que le tocara una "lady-doctor", y el riesgo hubiera sido mucho menor, cosa que, por otro lado, tampoco es del todo sólida, a juzgar por el rumbo que van tomando las inclinaciones sexuales de la gente. Tampoco sé en qué proporción probabilística, ni siquiera sé si existe un estudio mediana mente serio pero, al menos, él hubiera estado en una posición más cómo da, y hasta se la hubiera podido pasar un poco más animado, por el morbo.

No sé, pero me temo que el señor Thompson no es una persona muy abierta que digamos. En fin, que visto lo visto, decidió que "ojos que no ven ...", y se mar chó a tomar el fresco y un helado con su hijo.

En todas esas reflexiones trataba yo de distraer mi mente, pero el fonendoscopio resbalaba tanto por debajo de la blusa de la Sra Thompson que no era posible examinarla sin poner los cinco sentidos en el acto. 

Entonces, cuando me propuse prestar más atención a lo que hacía, me encontré con que ya ella me ayudaba a definir mejor mis actos. Había levantado la blusa y se llevaba la campana del fonendo a la altura de sus ubres, que anulaban por completo el intento por cubrirlas de un sujetador de puro trámite. 

Estaba de frente a mí, ofreciendo su busto de escultura griega. Levantaba la blusa con la mano izquierda, mientras con la derecha tomaba mi mano jun to a la campana del equipo, lo resguardan todo en un canal infinito que se movía ahora más ostensiblemente con lasinspiraciones profundas que le dedicaba a mis oidos. 

La mirada que ponía en la mía es inenarrable. Aquella situación era ya insostenible desde antes de empezar, y ni con su ayuda se aguantaba el fonendo por entre las lisuras de aquellas pirámides.

Las llanuras resultaban también inaccesibles, pero al menos allí pude escuchar algo. Unos pocos ruidos transmitidos, típico de las afecciones gripales y / o alérgicas respiratorias transitorias, pero nada de estertores. Escapé de allí tan pronto como pude y, esperanzado, me refugié en su espalda.

Allí se sostenía mejor el aparato, y pude confirmar los signos encontrados antes. Pero no me esperaba yo que su cintura expuesta fuera a marearme tanto. 

No era posible continuar con aquello. Los pantalones eran tan inoperantes en aquellas estructuras tan accidentadas, y llegaban tan brevemente a media nalga, que la doble curva peligrosa que se cerraba desde la espalda a la cintura se abría tanto hacia los glúteos, que me dio vértigo y temí caerme sin remedio por la lisura de la raja, abierta como un precipicio interminable entre los farallones de sus nalgas. 

No pude más. 

_ No se preocupe, señora Thompson. No escucho nada preocupante ni en su pecho ni en su espalda, -suspiré, para enmascarar el efecto que me hacía el tan reciente recuerdo de mis excursiones por los sitios que nombraba-, _Veamos ..., Tampoco hay fiebre, -dije, al tomar el termómetro de debajo de su axila, y ya tuve que sentarme ... 

Con una sonrisa agradecida y de esperanza, disimulaba no enterarse de mi agobio ella, que ya tenía mejor aspecto, si es que cabe ... 

_ ¡Debrah. ..!, llámeme Debrah, doctor ... ¡Oh ...!, muchas gracias ..., - Eran insufribles sus labios y sus ojos, mientras pronunciaba esto, en un gesto mezcla de ternura, petición de piedad, y gratitud .

_ De todos modos, hagamos una radiografía, -le dije yo, un poco más recuperado ..., -venga, venga conmigo-, y le ofrecí mi brazo, esperanzado en que esto me daría un respiro, para lo que se avecinaba- . _ ¿Alguna posibilidad de que esté usted embarazada? -, le pregunté, mientras andábamos. 

_ No, doctor. Ninguna. "No pregnance, cause" ..., -contestó, sonriente. 

Entramos al pequeño local de rayos X y le indiqué donde debía colocarse y la postura correcta que debería adoptar para tomar la foto, frente al chasis. La dejé sola, dentro del reducido cuartito de las placas. 

_ No se quite la blusa, señora Debrah. Sólo el sujetador ..., lo de abajo. -, y sé que fuí bien explícito, estoy seguro.

Cuando se abrió la puerta, casi me caigo, aparte de que, también, casi me saca un ojo con uno de sus pezones, porque entraba yo desprevenido, cuando me enredé con los radares antiaéreos. El rebote me lanzó lejos de Debrah, y no tuve otra opción que contemplarla. 

_ ¡Oh, disculpe, doctor ...!. ¿Le he hecho daño ...? -, me preguntaba entre risas, extendiendo sus brazos hacia mí. Yo, que no sabía donde ponerme sin que los cañones me apuntaran, decidí no tener miedo. En definitiva, era muy difícil que se disparasen, pues la portadora del arma estaba muy serena y muy segura de sí misma ... 

_ No, no se preocupe. Está todo muy bien, señora Debrah ... No ha sido nada, ... casi nada ... ¡Pero está muy bien todo ...!. Es una maravilla ...

_ Just Debrah, (Debrah, a secas), -me dijo, sonriente, sin dejar de apuntarme con el arma bífida, ni con el color de su mirada-. _ ¿Está bien así ...?. -ahora relajaba los cañones, pero me seguía advirtiendo que allí estaban. 

_ ¡Sí ...!, -Exclamé, asustado-, _ ¡Muy bien ...!, Está todo muy bien. No se preocupe. Todo va a salir bien. No parece usted tener nada de qué preocuparse, le dije, como quien quiere, ya vencido, que le disparen y lo acaben de asesinar ...

No sé cómo, pero la radiografía se hizo sin mayores contratiempos que dos tropezones míos por cada vez que tuve que graduar la "colimación" manual del viejo y casi obsoleto equipo de radiografías con que contamos en este centro médico, y un mareo a punto de desmayo, cuando tuve que graduar la altura del "chasis porta-placas", con el paciente sonriente y descansada, manos en la cintura, resbalándose la lisura de sus pezones por el recorrido del "chasis" movible. 

Una vez que estuvo la radiografía realizada, faltaba revelarla, así que le indiqué a la paciente que, por favor, se vistiese, y que me esperara donde ella prefería, afuera, en el saloncito de espera o en el local de tratamientos, toda vez que, lo más posible era que fuese mejor inyectarle algún analgésico, algún broncodilatador, anti inflamatorio o antibiótico, en caso de confirmarse algún signo de infección o congestión bronquial. Ella prefirió esperar en el salón de tratamientos, pues estaba más cerca. Así, se sentiría más protegida, dado que el señor Thompson y su hijo, no se veían asomar todavía, de regreso. 

_ Tomará sólo de quince a veinte minutos, señora. Si cree usted que puede soportar su dolor por ese tiempo, esperamos comenzar el tratamiento con un criterio más exacto. Si lo prefiere, le administro un analgésico antes de entrar a revelar su radiografía, para que el dolor vaya cediendo, y se le va aplicando un "aerosol" broncodilatador y fluidificante, con mascarilla e inhalador, si su dificultad respiratoria es muy marcada. 

_ No se preocupe, doctor. Esperaré por la radiografía. Tómese su tiempo. Yo ya me voy sintiendo mejor-, me iba diciendo. Mientras, no esperó que yo me marchara. 

Se reajustó el sujetador, utilizándome a mi de espejo. Luego, la blusa, que yo le alcanzaba y ya, visto lo visto, le ayudaba a colocarse, con un cariño y una delicadeza, que ella me agradecía con sonrisas y miradas de acogida. 

La radiografía sólo confirmaba que sus bronquios estarían algo congestionados por una leve bronquitis, afección gripal, una virosis respiratoria y / o un componente alérgico, algo muy común en esta época del año en que comienza a entrar el otoño. Estas afecciones respiratorias que son, más que nada, estacionales, y en caso de pacientes foráneos, que vienen de otros climas y se hacen muy sensibles a las agresiones de éste, nosotros acostumbramos a tratarlas enérgicamente, en contraste, quizás, con el comportamiento conservador que se ob serva en casos similares, en las instituciones médicas del estado, como parte de una política o sistema de concierto terapéutico, evidentemente, acertados. 

Pero, en casos, como ya dije de este tipo de paciente, que está en un medio que le es hostil, y que necesita, por demás, recuperarse cuanto antes para evitar riesgos y, en última instancia, poder disfrutar de sus vacaciones y no arriesgarse con la posibilidad de una suspensión del vuelo de regreso a su país, preferimos ser generosos en la terapéutica.

Así que eso era. Además, el seguro contratado por la familia Thompson pagaba, y nosotros disponemos y cobramos. 

De manera que a la bella y escultural damisela le tocaba un ciclo, por tres días, de inyecciones intramusculares con un antibiótico, un corticoide a dosis mínima y de efecto medio a corto, combinado con un bronquio dilatador, también a baja dosis y hoy, que se quejaba de dolor, un analgésico. También se leían administrar aerosoles, -quizá sólo hoy, quizá por los tres días-, en dependencia de su evolución.

Decidí salir cuanto antes del apuro, y administrarle la inyección de inmediato. El aerosol era cuestión sólo de preparar los medicamentos en la mascarilla, -diluyéndolos en solución salina fisiológica-, conectarlo todo a través de un tubo al balón de oxígeno, y colocar la máscara en la que inhalaría la mezcla líquida con el oxígeno hasta su total consumo, sin necesitar, para ello, la presencia del médico. 

Pero la inyección iba a ser otra cosa. Yo, que ya sabía lo que se avecinaba, no lo sospechaba en todo su esplendor. Todo esto le explicaba yo a la paciente, cuando me preguntó en qué sitio sería que le administraría la inyección.

_ In one of yours "pumps"("En una de sus nalgas"), le contesté, mientras comencé a preparar los medicamentos en la jeringa.

Desde que dije "pumps", hasta que volví a mirar a Debrah, no pudo pasar ni un minuto, el tiempo suficiente para que ya yo tuviera listas, sobre la mesilla de tratamientos, las ampollas con los medicamentos que le administraría en esa inyección. Suficiente también para que ella se sacara el pantalón, sin darme tiempo a decirle que no era necesario quitarlos del todo. Los estaba doblando, colocándolos sobre el biombo, mientras modelaba para que le viera qué bien le quedan sus braguitas que, -además de ser tipo "tanga", con una tirita muy fina que se le metía por doquier-, y que era, de seguro, al menos dos tallas menor que la suya.

Los encantos que antes, resguardados por el tejido de su pantalón, parecía que lo romperían, ahora liberados se multiplicaban por cien. Tomé la determinación de no sufrir más disimulando mi atracción, y me dediqué a beber con mis ojos todo lo que Debrah me servía en una inmensa jarra de cristal del más fino y abundante.

Los escultores que la crearon, no habían escatimado en gastos. Pusieron material del más sublime, y no se preocuparon en ahorrarlo. Aunque debo reconocer que tampoco llegaron al despilfarro.

Ella estaba interesada en dejar bien claro su genial hechura, y no dudó en mostrarla. Me la ofreció de frente, en las diagonales, por cada lado, de espaldas, -quiero decir, de nalgas-, a partir de cada uno de los otros ángulos y ya, por fin, en una interminable perspectiva, que logró con una calidad inconcebible mientras se tendía sobre la camilla, y esperaba pacientemente, que yo terminara de preparar su medicina.

Todo en ella era inmenso, monumental, superlativo, rozando casi al exceso, pero sin llegar a tocarlo. Sus nalgas, -de las que, sin duda, se jactaba orgullosa-, eran unos continentes de mármol del más fino y mejor pigmentado. La raja, era infinita, profunda, como un río de los más caudalosos, corriendo entre los compactos farallones del indescriptible mármol, tan bien tallado, que tan pronto me dejaban ver el cauce, apartándose, como tan pronto lo ocultaban, desplazando una rivera a la otra, pasándose al otro lado.

El hilo de la braguita, ni se le veía. Desaparecía como por arte de ilusionismo, nada más emprender su recorrido, río abajo. Desde el triangulillo abultado por el promontorio del coxis, ya empezaba a perderse entre las raíces nacientes de las colinas, que lo devoraban, y "ojos que te vieron...".

Desde la diagonal posterior lateral, se podía practicar el senderismo por la cara interna del farallón del otro lado, que se extendía a cada contracción del músculo glúteo, que ella forzaba un tantito, sabiendo que se notaría su facultad contráctil. La diagonal anterior lateral, mostraba las lomas de las raíces de sus muslos, firmes, brillosos.

La superlativa elevación que su pubis y su vulva le aplicaban sin piedad a la indefensa braga, me hicieron pensar, por un instante, que la señora Thompson estaría herniada.


Nada de eso. A no ser por esta afección transitoria que la había traído a mi consulta, la señora destilaba salud por todos sus ángulos. Cuando estuvo de frente a mí, para sonreír y preguntarme con el gesto si se debe tumbar sobre la camilla, se desplegaron sus ingles, dos canales tan bien pulidos, como para deslizarse con un tobogán, pero sin hielo. Entonces comprendí que no había hernia. 

Aquella protuberancia era muy natural, y constaba de tres cúspides bien definidas, pero continuadas entre sí. La del pubis, le enviaba su generosa abundancia a cada uno de los labios bulbares, todos sin carencia alguna. La línea divisoria, entre las almohadas de los labios, se burlaba con ellos de la braga. Yo seguía mi labor. 

Rompía ampollas, diluía y mezclaba medicamentos en la jeringa, escogía y cambiaba la aguja que utilizaría para la difícil función de pinchar la piel de aquellos glúteos, que parecía impenetrable, interrumpiendo mi deleite por aquellos campos de armonía y abundancia para hacerlo, pero volviendo siempre a recorrerlos, entre uno y otro acto. Ella, condescendiente, me daba todo el tiempo necesario para que yo no me perdiese nada, deteniendo el movimiento para escuchar mi exposición o preguntar algo. 

La preparación de la inyección se había tardado tanto, que cuando se tendió sobre la camilla aún no estaba lis ta. Ella, sabiéndolo, se tendió bocarriba para continuar nuestra charla y darme tiempo, así como dejar bien claro que no había braga que se resistiera a la fuerza de su poderosa vulva, ni a la profundidad de sus infinitas rajas. La perspectiva era tan elocuente, que reclamaba mi atención sobre los suaves eritemas que producían los bordes elásticos de su lencería sobre los labios vulvares y sobre los bordes vecinos del dibujo de su ano; y me dejó bien claro que por los canales de las inglesas podían deslizarse buques, más que toboganes. El bulto que yo había tomado por una hernia, me mostraba ahora toda su salud y su esplendor, para que no hubiera lugar a dudas acerca de su autenticidad.

Descansaba sobre la camilla, reajustándose su braguita, verificando que estaba todo en su sitio, y que yo se lo notaba. Mientras, escuchaba muy atenta mis consejos y argumentos, y se enteraba de qué medicamentos estaba yo incluyendo en su inyección. Ella, me rogaba que fuera delicado con sus "nalguitas", y me hacía prometerle que yo haría "my best" al pincharla, para que no le doliese. 

Cuando estuvo lista la inyección, la ayudé a darse la vuelta y ofrecer sus nalgas. En el proceso de giro, le apoyé, bien suave, el movimiento; la asistí al reacomodarse y le brindé mi más profundo agradecimiento con la mirada, cuando ella desplegaba la increíble espectacularidad de cada uno de los ángulos que iba bordando con el giro.

Tendida bocabajo, no necesita empinar las nalgas, que parecía que estaban siendo tiradas hacia fuera por una fuerza interna. Nos pusimos a discutir acerca de cual de las dos peñas sería la que recibiría el pinchazo, y terminaríamos por decidir eso "a sorteo", por el método del "tin marín ...". La agraciada fue la izquierda, ya que resultó elegida la derecha. 

Como que yo estaba por su izquierda, tuve que recorrerla, pasando por detrás de ella, para colocarme al otro lado. El viaje fué alucinante. 

Los promontorios eran deliciosos, y mostraban sus perfectas y generosas líneas desdeun recorrido por sus paisajes, como cuando se filma desde un helicóptero, a vuelo de pájaro. Todavía me detuve un tanto cuando llegué a sus pies, donde se apreciaba la mejor vista, justo por la línea media. Ella, conocedora de la gracia de sus propiedades, lo entendía, y facilitó el disfrute a la mirada. Las cúspides derrochaban su mayor solidez desde aquel ángulo, demostrando cuán compactas eran las laderas que, estando ella de pie, estado ocultas, hacia abajo. 

Cuánta perfección, cuánta amplitud y concisión, conviviendo con una elasticidad tal, que se separaban a voluntad de su gesto, demostrando que la hendidura podía llegar a límites de profundidad, belleza y colorido, casi impensables.

Una vegetación muy suave, y casi imperceptible, con destellos amarillos, adornaba el área, acentuando su brillo. Los tonos, que iban oscureciendo hacia lo profundo, no perdían sus destellos, sólo lo variaban, para no aburrir; hasta llegar allá, a lo más profundo, donde se adivinaba, casi imperceptible, la línea rosa de la braga, escoltada por una vegetación amarilla un tan to más tupida, y un circulillo muy redondo y delineado, asomado entre sus lados, compitiendo con su tono rosa. Más abajo, siguiendo aquella línea, la interrumpía abruptamente el bulto triangular, -mitad cubierto de rosa lencería, mitad luciendo piel brillosa y más vegetación dorada-, que era el responsable de que mi pobre enfermita, no hubiera podido juntar nunca los muslos que, ahora separaba una voluntad. 

Era evidente, aquello no le cabía entre los muslos y se salía escandalosamente. La magia verde de sus esmeraldas destellaba siguiéndome en mi recorrido, corroborando, agradecidas, cuan deleitado lucía yo disfrutando de aquel viaje a lo sublime que ella, a su vez, disfrutaba al ofrecer, y saberme impresionado. Pero había que trabajar. Ya, afuera, había más pacientes esperando.

Llegué hasta su nalga derecha, se la mimé y preparé con mis mejores cuidados. Apliqué con todo el candor del mundo el antiséptico, con un trozo de algodón, acariciándola muy tenuemente. Puse la inyección, imprimiendo a mis dedos y muñeca toda la suavidad del mundo, y Debrah pareció no enterarse. Luego de aspirar un tanto con el émbolo, -para comprobar que no he pillado un vaso sanguíneo-, lo empujé muy suavemente, inoculando el contenido de la jeringa con sumo cuidado. 

Mientras lo hacía, mi otra mano acariciaba suavemente y con ternura, la pobre nalga que pinchaba. Ella lo acogía tan agradecida, que acaricié también la otra, y recorrí, con la punta de los dedos, casi sin tocarlo, el recorrido dela raja, rozándole los bordes de ambos lados. Lo agradeció tanto, que riendo por las cosquillitas tenues que le causaba, me dedicaba una mirada de cómplice gratitud, y me daba las gracias. 

_ Señora Thompson, -le iba diciendo yo-, dele a su esposo mis más sinceras disculpas, si es que se sintió mal al ver mi trato con usted, y mi impresión ante su belleza. Dígale que, en verdad, lo siento mucho, y lo comprendo. No lo culpe usted, él lleva razón. Es usted tan bella, que su esposo se deberá sentir el más afortunado de la tierra, pero sufrirá mucho cada vez que usted deba ser vista por alguien. Debe ser muy duro compartir tanta belleza, aunque sea sólo mirarla ...

Reiterando que prefería que le llamara "Debrah, a secas ...", me dió las gracias por mis lisonjas, y me preguntó si no lo hacía yo por distraerla mientras la inyectaba, pues ella no se creía tan bella; que sí lo había sido de más joven, pero que ya ahora, después de tener a su hijo, y con treinta y tres años ... 

"¿... de verdad, doctor, me encuentra usted tan bella como dice ?, yo no lo creo. He perdido mucho de mi atractivo ... ", me decía, mirándose a sí misma y ​​mostrándose para que yo la revaluara. 

Ya, a esas alturas, estaba terminada la inyección, y yo le aplicaba un cariñoso masaje con el algodón embebido en antiséptico, suave y delicado, y con mi otra mano, le seguía recorriendo sus encantos, muy suave y quedo, sin pasarme, yo le confirmaba que no mentía sobre su belleza. Preguntó si ya la había inyectado y, a mi respuesta afirmativa, dijo que ni se había enterado. 

_ Es increíble, doctor. Tiene usted una mano prodigiosa. No lo he sentido. Dígame, si voy a necesitar más inyecciones, ¿puedo contar con que será usted el que me las ponga siempre ...?. 

_ Para mí, sería un placer; pero mi turno termina mañana en la mañana y, si vuelve usted a esta misma hora, estaré orgulloso de volver a ser su médico, y estaré esperando, desde que se marche, que llegue el momento de volver a verla, y de poder hacer algo por usted, aunque sólo sea ponerle una inyección. Pero pasado mañana, será mi día libre. Aunque, no debe usted preocuparse. La doctora que la verá es una magnífica profesional.

Ya se había vuelto a vestir y yo, una vez preparado su aerosol, le indicaba que se sentara en la silla que está colocada al lado del balón de oxígeno. Una vez allí, le apliqué la mascarilla, y abrí la llave del noble gas. 

Cuando Debrah comenzó a inhalar su medicina, sonriente y obsequiándome con los destellos agradecidos de sus ojos, entraba la recepcionista para avisar que el señor Thompson y el niño, ya estaban de vuelta. 

_ ¿Desea usted que ellos entren y vengan junto a usted, mientras dura su inhalación ?, -le preguntó mi compañera. 

_ No es necesario, -dijo Debrah-, es igual. No creo que falte mucho ... 

_Tomará unos quince minutos. -le informé- Será mejor que pasen. Alexia, diles que pasen, -le dije yo a larecepcionista sueca. 

_ Muchas gracias, doctor. Es usted muy amable. El brillo de sus ojos, cuando me miró ahora, tenía algo indefinible, que me motivó, sin pensarlo siquiera, a decirle: 

_ Mi turno de guardia termina mañana, así que estaré aquí por toda la noche y madrugada. Al menor síntoma, no dude en llamarme o venir acá, sea cual sea sea sea la hora, sin dudarlo. Estaré a su disposición para lo que necesite, cuando usted lo desee ...


El mismo brillo de sus ojos, y el estado de gracia en que me dejó sus encantos, me hicieron decir esto con el deseo honesto de que así fuera. Ella pareció captarlo de inmediato, porque cuando el señor  Barloć  y el vigilante Antonio se divertían con mis gritos durante una pesadilla, justo esa madrugada, la chica que aparecía en la recepción, llamando con su inusual belleza, la atención de mi compañero, no era otra que la señora Debrah Thompson. 

Recorrí mi cara y mi cabeza con un chorro de agua fría del grifo. Me cepillé los dientes y me aclaré el sabor de la boca con la pasta dental y más agua. Bebí agua fresca y ya me peinaba y me colocaba la bata médica, cuando volvía el señor Barloć a informarme que la chica que esperaba fuera para pasar a ver al médico era una paciente que ya había estado esta mañana.

El señor Barloć es un inmigrante serbio que tiene más o menos mi edad, -dos años mayor-, y un carácter y una simpatía increíbles. El había sido, durante el gobierno socialista de la antigua Yugoslavia, uno de los informáticos más destacados de su país, responsable de la introducción y aplicación en su tierra de los más novedosos sistemas de computación, softwere, y de internet. En esos menesteres había viajado medio mundo, -o mundo y medio, creo-, desde que era muy joven. También, había sido asesor del prestigioso equipo de ajedrecistas de aquel país y, cuando no estuvo viajando en busca de recursos, información, intercambios y nuevas tecnologías informáticas para su país, lo había hecho en los más importantes torneos y eventos del "juego ciencia "en el planeta.

Barloć domina más de doce idiomas, posee habilidad, conocimientos e información de lo más actualizadas en estos aspectos y en otros, y es dueño de una personalidad mundana y bohemia, conocedora del comportamiento humano, del que es muy observador , sea cual fuera de la nacionalidad del individuo objeto de su aguda observación. 

Cuando la situación de guerra en su país se hizo insostenible, decidió emigrar, y aquí estaba, prestando sus servicios como recepcionista políglota en nuestro centro médico, que le queda pequeño a sus posibilidades. Por esto, y por su carácter bohemio y trasnochador, Barloć pasa sus turnos de noche en vela casi todo el tiempo, ocupando el tiempo libre en disímiles trabajos de traducción, informática, ajedrecísticos o de otros temas. Pero siempre tiene tiempo para charlar, que es otro de sus deportes favoritos, y lo practica con muy buenos resultados. 

Habíamos desarrollado una gran comunicación entre nosotros y casi siempre, cuando coincidíamos en nuestro turno, pasábamos horas de tertulias pasando de uno a otro de los más variados temas. Sin embargo, terminábamos siempre conversando del tema que más nos apasionaba y nos identificaba: Chicas y sexo. 

 _ Es un "trocito de carne" impresionante, doc. Dice que ya tú la inyectaste esta mañana, y que ha pasado todo el día muy bien, pero que hace una hora, le han vuelto los dolores, y necesita verte. ¿Fuiste tú el médico que la atendió esta mañana ..? 

_ Oh si...!. Ya sé de quien se trata. Sí, la vi yo y le puse tratamiento esta mañana. 

_ ¿Y qué le has hecho, Doc ...?. Esa mujer no luce enferma. Viene muy rozagante, para tener un dolor que la haga venir a estas horas, y se le escapa demasiado la sonrisa. Creo que necesita otro tipo de "tratamiento", aunque no sé si vas a poder, porque ha venido con ella, su marido ... 

_ ¡Venga, Barloć! Déjate de suspicacias y dile que pase, que ya la veré a la pobre. Esa señora estaba muy  mal esta mañana, y no dudo que ahora necesite otra inyección o un aerosol ... 

Sí, sí ..., cualquier "tratamiento ...". Por las dudas, trataré de darle mucha conversación a su esposo, para que la pueda "examinar" muy bien ..

_ Anda ya con el morbo y acaba de pasar a la paciente ... 

_ Enseguida, Doc. Misión comprendida ... 

Cuando se ha vuelto a abrir la puerta, he visto a Debrah dejando su bolso al señor Thompson mientras Barloć le va diciendo a este que lo mejor es que espere fuera, pues nuestro local es muy pequeño y a estas horas se pueden presentar urgencias de repente, por lo que es mejor que todo esté dispuesto, sin estorbos. El señor no pone ningún reparo en esperar fuera, cosa que, por demas, parecia haber decidido de antemano a juzgar por los gestos de aprobación que hace. 

A las sugerencias de Barloć,  Thompson se queda sentado en el saloncito de espera de la recepción, resignado, y hasta se diría que indiferente, o puede que hasta "complaciente", pues he captado un intercambio de miradas de aspecto cómplice y, a la vez, resignado, con su bella esposa. 

Barloć abre la puerta del saloncito de tratamientos por donde hace pasar, cediéndole el paso, a Debrah y viene a mí tras ella para entregarme la ficha médica de la paciente. Mientras lo hace se dirige a ella para asegurarle, mientras señala, discreto, hacia donde se encuentra el señor Thompson: 

_ No se preocupe, madame. Yo me encargo.

Debrah le ha dado tímidamente las gracias, aunque le ha sonreído con un algo de complicidad. Barloć nos deja solos, y cierra la puerta. 


Debrah se nota nerviosa pero yo lo estoy mucho más. Me siento muy incómodo en esta situación y tampoco me creo que esta chica no venga por motivos de salud, así que me dedico a escucharla y contemplarla sin mayores pretensiones. 

Ella habla sin parar, explicando algo muy confuso acerca de lo bien que se ha sentido durante el resto del día, pero que ha estado entre personas que fuman mucho. No queda muy claro si es por la tos, la dificultad respiratoria o por el dolor, pero el asunto es que no se podía dormir y ha decidido volver a verme o, mejor dicho, a que yo la viese. 

 _ Mire, doctor, es una opresión por aquí ... -me dice, apretando con sus manos a la altura del pecho. Con el gesto, sus increíbles tetas se han dibujado totalmente debajo de la blusa, plegada sin remedio al empuje de los pezones que, erizados, delatan que no hay sujetador. Tiene la cara roja y las palabras le salen cada vez más atropelladas. Yo trato de sacarla del embrollo, y me acerco más a ella. 

_ ¡Sshh ...!. -le pido suavemente, silencio, con un gesto delicado y discreto-. 

_ Lo sé, lo sé ... No se esfuerce, mi querida amiga. No sufra, ni diga nada más. 

Mientras hablaba, le tomé muy suave su mano entre las mías. Se la acaricié, amorosamente, y posé una de las mías en su magnífica cabellera. Ella se sintió tan arrullada que se acercó más con su cuerpo al mío, acurrucándose mientras se refugiaba entre mis hombros y mi cuello. Sentir su calor tan cerca y lo ostensible de sus salientes compactos que se reproducían como si se estuvieran rehaciendo contra mi piel, obviando las ropas, me llevó a recorrerla con mis manos debajo de la blusa. 

Una de mis manos se deslizó tan vertiginosamente por la tersura de su piel, que sólo pudo detenerla la dureza voluptuosa de sus ubres, tan plausibles, que me iban dictando solo al tacto una especie de foto hablada, con una descripción insuperable de sus pezones, que saltaban entusiasmados. 


Debajo de la falda, que me halaba hacia sus hendiduras con la finura de un tejido que la acariciaba, deslizándose por sus salientes compactos, dibujándola y esculpiendo su cuerpo ya ella toda, se deleitaba mi otra mano, que no tardó en saber que no había braga cuando se perdió en un viaje interminable por la profundidad de su raja y quedó atrapada por el calor y la hospitalidad de su ano, que la acogió entusiasmado pero lanzó, de inmediato, tres de mis dedos por el trayecto resbaloso de la profundidad del canal de su descomunal y abultada vulva, que se los tragaron.

Respiró profundo, gimió muy bajito y se alzó la blusa, dejándola como una bufanda. No había comenzado aún a ofrecerme sus tetas, cuando ya yo me atragantaba con los pezones, empapándolos en saliva. Como esta se deslizaba por sus ubres, yo la recogía de allí, y se las llevaba, a veces a sus labios, que me mojaban más la boca con su lengua; otras, a sus pezones, que mientras más resbalosos se hicieron, más se dilataban. 

Aquello duró poco. Debrah se apretó mi mano contra el hoyo del culo, haciendo una fuerza increíble con las formidables nalgas, que saltaron agradecidas, desparramándose la raja. 

Mi dedo del medio no tardó en tropezar con un clítoris erecto, húmedo y rebotante, que me empujó los dos dedos restantes vagina adentro. El índice ya se adentraba por la tonicidad viscosa y caliente de su recto, saliendo a ratos a sonsacarle los bordes del ano. El pulgar estaba atrapado por las contracciones de los glúteos, deslizándose lo que pudiera por la raja. 

De inmediato se soltó de mí, se subió toda la falda ligera y se sentó sobre la camilla. Con el torso apoyado contra el respaldar de la camilla, basculó la pelvis todo lo que pudo, y levantó los muslos, separándolos al máximo. 

_ ¡Aquí, aquí, por favor, aquí ...!. - me decía en voz muy baja, aunque desesperada, mientras con una mano se extendía los labios de su descomunal "chochote", ofreciéndome la raja y sacándose un clítoris expandido y brilloso, que ella se frotaba veloz y hábilmente, con dos dedos de la otra mano.

En Debrah todo es superlativo. Las ingles expuestas, tan extensas y profundas, definían más aún los bultos increíbles de los labios del chocho, que formaban dos pelotas compactas, muy bien sostenidas, muy salidas hacia adelante, desafiando la fuerza de la gravedad, con una consistencia superada sólo por las bolas de sus nalgas. Estas, se salían llegando mucho más lejos, dando la impresión que eran dos balones colocados debajo de su cuerpo. 

La raja entre ellas era tan amplia, que a pesar de ser muy profunda, mostraba en todo su esplendor el fascinante culo, redondito y bien compacto, pero inmenso.

Ante tan destacadas seducciones, mi leño, que me ardía, ya no se me aguantaba en su morada, y lo saqué al aire, para que respirara. Lo vio tan entusiasmado ante sus delicias, que apuró aún más las vibraciones de su clítoris, mientras se introducía los dedos del medio y anular en la vagina, y el meñique, en el ano, casi con frenesí y casi me rogaba: 

 _ ¡Aquí, aquí, por favor, aquí ...!. ¡Aquí, aquí, aquí, aquí ...!

Fui a su encuentro. Mientras le besaba, resbalando, de la boca a los pezones, intenté abarcarle toda la vulva con mi mano, de maneras suave y tierna , pero con la firmeza que exigía su reclamo. No fue, del todo, posible. No me alcanzó la mano, pero con el concurso de la suya, creo que lo logramos. 

Mi boca se quedó más tiempo bebiéndole los pechos pues la suya se tragó, con hambre y desespero, mi chorizo. Mientras lo sostenía firmemente, se lo movía y restregaba entre los labios con su otra mano, que llegaba húmeda de sus rendijas.

Ella tiraba de uno de los labios de su vulva y yo del otro y, entre ambos, extendíamos el clítoris. No pude más. Me lo metí en la boca, lo succioné tan adentro, que casi me lo trago. Cuando lo soltaba, le rebotaba contra los labios menores. 

Entonces yo aprovechaba para lamerle todo el recorrido de la raja, resbalando por ella hasta el culote expuesto para lamerlo, besarlo y comerlo. Regresaba resbalando en ascenso hasta el aguijón en ristre, y repetía lo mismo, pero sin hacerlo idéntico en cada ciclo.

No soportó por mucho tiempo aquellos agasajos de mis sentidos. Con voracidad, se frotó mi brocha húmeda de su saliva por los pechos. No más sentirla, tiró de mí por el rabo y se lo llevó con todo y mi cuerpo hasta su pelotón vulvar, donde se lo restregó. 

Se azotaba con saña la fruta del pecado con el látigo de sus tentaciones, mientras se incorporaba sobre el torso y giraba para quedar frente a mí. Rodeó mi cintura y mis caderas con sus rodillas y sus piernas, atrapándome en un cepo de locuras acolchadas, y me estampó contra su línea media. Reboté, entre aquellos bultos incisos, rojos y enchumbados-, y las amarras que se inventaba con sus piernas, sólo dos veces. A la tercera me aprisionó tan firme con las corvas, y tiró tan fuerte de mi pelvis, que me encajó de un golpe en su vagina y quedé enclavado en la zanja que me aprisionaba sin remedio desde la montaña de su clítoris hasta los farallones de sus nalgas, extendidas y abiertas. 

Secuestrado así, de pié en medio de ella, yo la dejaba hacer. Su respiración era agitada pero sus gemidos ahogados eran casi silenciosos. Me empujaba hacia dentro de ella, tomándome con sus manos por mis nalgas, para clavarme más profundo cada vez, y más estrecho el cerco alrededor mío. La vagina me apretaba y movía el pene con un ritmo de vértigo. Le llegaba más y más adentro y se me ensanchaba con el calor y los movimientos digestivos de aquel esófago inferior. 

Yo temí, al ver su estuche, que el recinto fuera imposible de colmar, pero su generoso y hospitalario acogimiento y la cálida pasión que le ponía nos estaba rebosando a ambos. Mis testículos descansaban sobre el ano, que miraba arriba en busca de ellos en cada empujón que le daba a su pelvis hacia delante, al tirar de mis nalgas contra ella.

Al instante, ella disolvió mis temores de que su evidente desenfreno nos delatase, porque me decía la pasión que estaba viviendo con el rubor y las expresiones locas y extasiadas de su cara y de su cuerpo, pero sabía contener el aliento en un gemido suave y casi imperceptible en el que las más obscenas peticiones se llenaban de ternura y sensualidad. Eran tan leves los suspiros, que podíamos escuchar la voz fuerte de Barloć desde afuera, dilatando su conversación con el señor Thompson, a quien también oíamos, más brevemente. 

Escuchar la voz de su marido tan cerca mientras ella gozaba con mi caña la excitaba más, evidentemente. Con uno de sus pezones atrapado entre mi lengua y mi labio superior, acentuó su aliento para decirme muy bajito y largamente que estaba "viniendo", mientras jugaba a intercambiar ese pezón en mi boca con el otro, que sobaba ella con su mano y saliva de ella y mía. 

Yo permanecía estoicamente de pie entre sus muslos abiertos y presionantes, atrapado en aquel cerco, pero mi punto fundamental de apoyo era mi verga, que ya tocaba fondo.

Acentuó muy fuerte el anillo del cepo, apretándome más adentro. No sé cómo no estallamos el uno contra el otro, porque la fuerza de su brazo tratando de meterme completo dentro de ella desde mis nalgas, se unía a la del anillo que me hacía prisionero y a la de mis manos: Una en su cadera y la otra en una de sus inabarcables nalgas, apartándola del centro de la raja para alcanzar el agujero. 

Debatiéndose entre el placer que yo le daba con un dedo en su ano y el de mi falo inflado y recostado hasta el fondo en su enorme y carnosa vulva, se corrió toda, pero en un susurro. 

En las últimas contorsiones tomaba impulso con el culo clavándose más profundo el dedo, para empujar con más fuerza su vagina y estamparme contra el clítoris y contra el anillo de su entradita vaginal, que ya se adentraba un trozo de mi pubis y amenazaba con hacerme desaparecer mis huevos.

Se corrió tanto y tan intenso, que me sacó la leche y se la di toda, bien adentro. Tanto, -y tanta-, que me dijo que la podía sentir y que no me fuera de su entraña hasta que no saliera hasta la última gota. 

_ ¡ Oh, señora Thompson, -le dije, con su lengua entre mis labios-, mire lo que le he hecho...!

_ Era cierto. Esta es la prueba de que no mentía usted cuando me miraba y decía que soy bella-, contestaba ella, mientras señalaba el charco de semen que se iba formando sobre la camilla, saliendo de ella.

_ ¿Lo ve usted ...?, -Le dije yo-, Esto me lo produjeron sus encantos lindos en mis bolsas, mientras la veía a usted, esta mañana ... -le confesé. 

Me agradeció, deslizando suavemente mi herramienta fuera de su cofre, disfrutando casi tanto como cuando iba hacia dentro, ahora con más "fundamento". Mientras lo hacía, tomaba semen del que me mojaba el falo, así como del que quedaba en sus hendiduras y se lo untaba en el clítoris, -aún vibrante-, en el ano, en sus pechos, y en sus labios.

Alcancé dos toallas del armario cercano. Con una me limpiaba ella, -acariciándolos-, el pene, el pubis, las bolsas, ayudándose con su boca y su lengua. Eran tan delicadas sus atenciones que no tardé en imitarla y nos dejamos brillantes el uno al otro. Luego limpiamos ambos la camilla. 

_ Perdone, -le dije-, _es que no debimos ... Creo que su esposo ... 

_ Lo sé, -ahora lucía avergonzada, pero feliz-, no sé qué me pasó ...., no pude evitarlo ...

_ Lo sé, lo sé .... -ahora debí dar impresión de mucho agobio- No debí decirle nada. No debimos ... 

_ No, pero está bien ..., además, ya está hecho ... Son sólo vacaciones. 

_ Pero, ¿el señor no ...?.

_ No se preocupe, doctor. Él nunca me ha espiado ..., sólo debe usted darme algo ... 

_ Ah, sí ..., entiendo ... 

Mientras hablábamos, Debrah organizaba las piezas de sus ropas, para que todo estuviese en su sitio. Al sugerirme que le diese "algo", dijo hacia el balón de oxígeno. 

Tomé una mascarilla, puse en ella solución salina fisiológica y "Pulmicort". La conecté a la salida del oxígeno y se la alcancé. Ella se sentó sobre la camilla y comenzó a inhalar. La puerta de acceso al local de tratamientos desde la recepción se abrió suavemente y apareció, sigiloso, Barloć, avisando con el gesto que detrás suyo venía alguien. 

_ Doctor, el señor pregunta si va a tardar mucho más con la paciente.

_ Dígale que pase.

Detrás de Barloć apareció, inexpresivo, Mr Thompson, y echó una ojeada a vuelo de pájaro. Parecía confiado o fingía y lo lograba. 

_ Le he dado una nueva inyección a la señora, y ahora le he puesto una inhalación más. Tomará otros veinte a treinta minutos, les informé.

_ En ese caso, -decía Mr Thompson, mientras le alcanzaba a Debrah el bolso-, iré a por tabaco, y puede que tome alguna cerveza también. 

_ Muy bien. -dijo Debrah, y su voz salía distorsionada por la mascarilla- ¿Llevas dinero suficiente, Tom ?. 

_ Sí, tengo suficiente. No te preocupes ... -le respondió Mr Thompson, acariciando el bolsillo derecho de su pantalón. 

_ Y, ¿el niño está ...? -pregunté yo, preocupado.

_ Está con mi cuñada. Ella se encarga. Gracias, doctor ... 

Mientras decía esto, Mr Thompson daba la vuelta, y desaparecía. Detrás suyo, Barloć desfilaba hacia su puesto en la recepción, dirigiéndome una mirada picaresca, y haciendo un gesto gracioso con la mano antes de cerrar la puerta. Yo me había sentado sobre el borde de la camilla cuando explicaba al señor Thompson la terapia que estábamos practicando, y Debrah se había incorporado momentáneamente para tomar su bolso y colgarlo en el biombo. 

Mientras Debrah le había preguntado a su marido por su estado monetario, ella había quedado de espaldas a mí, cubierta a la vista de él por el biombo. Desde entonces, se había levantado la falda para mostrarme sus nalgas con la mano que su marido no podía ver. 

Durante el breve intercambio de palabras y miradas con su esposo, ella me había estado mostrando sus inmensas nalgas, deslizando su mano por la lisura de la piel maravillosa. Cuando el señor Thompson se llevaba la mano al bolsillo, ella se estaba separando una de sus peñas fabulosas y exponía el hoyo del ano y la hendidura de su vulva, tan formidable, que se le salía como una casa entre dos montañas, separadas por un río. 

Cuando se cerró la puerta, ella seguía de pie, de espaldas a mi. Empinaba y se abría bien las nalgas, mientras seguía inhalando el aerosol. Con la mano derecha, seguía saludando en señal de despedida hacia la puerta por donde había salido su marido, y seguía repitiendo, excitada: 

 _ Bye, Tom. Back soon, and take care of yourself.... Back soon, Tom. Take care of tourself. Bye, bye... Take care of yourself and back soon. Bye, bye, Tom....

(Adiós, Tom. Cuídate mucho, y regresa pronto ...). 


Todavía repetía esto cuando alcancé sus nalgas, empinadas ahora a la altura de mi cara. Me deleité recorriendo a besos la lisura interminable de sus lomas, que mientras ella más empinaba y ofrecía, se hacían más compactas e infinitas. 

Ella mojaba sus dedos en mi boca para lubricar los paseos que se auto regalaba por dentro de sus vías. Yo depositaba algún besito tierno en el rosado e increíble hoyo de su ano, o bien en el abierto pasadizo de su vulva o en el persistente clítoris pero tardaba mucho hasta llegar a ellos, perdido como estaba por aquellas lisuras. 

Ella se encargaba de aliviar, -o despertar aún más-, los antojos de sus hendiduras, recreándose en la delicia que podía sentir que me ofrecían sus nalgas, y disfrutando su propio atractivo, reafirmándose. 

 _ Adiós, Tom. Vuelve pronto y cuídate ... Vuelve pronto, Tom. Cuidate de tourelf. Adiós ... Cuídate y vuelve pronto. Adiós, Tom ...

Repetía las mismas frases en orden diferente cada vez. Su creciente excitación le hacía inspirar más profundo de la máscara, y esto distorsionaba un poco sus palabras. Yo ya me había dejado caer entre sus nalgas y, desde el suelo, me había instalado entre sus pasadizos como hacen los mecánicos para revisar el mecanismo del coche desde abajo. 

Más abierta con la flexión de sus rodillas, descendía ella para alcanzarme,y calmar la sed que crecía en sus rendijas y en mi boca. 

No me miraba, ni siquiera daba señales de enterarse de que compartía su goce con alguien. Con evidente desesperación acarició brevemente mi bulto genital y, en un segundo, lo había desnudado. 

Lo acarició, lo recorrió hasta la base, lo hizo salirse en todo su esplendor y descendió hasta él toda aquella dotación mojada. Un sólo pase de arriba a abajo y viceversa, le bastaron para estar todo lo dilatada y resbalosa que quería. 

Separó los bultos inmensos de su vulva y se clavó el torpedo de un golpe hasta las últimas consecuencias. De espaldas a mí, con la mirada perdida hacia la puerta por donde había salido su Tom, Debrah se rascaba la entraña con mi barra, moviéndose de una manera tan desaforada, que yo creí que las nalgas se le saltarían y me romperían la mandíbula. 

Temblaba toda ella, y la raja subía y bajaba tan vertiginosa, que se quedaba en una sola imagen caleidoscópica, abierta, con el hoyo del ano en "abre y cierra" y el promontorio de la vulva golpeándome los testículos, azotándome el trozo de mi tronco que se perdía entre sus tonos rosa brillantes. 

 _ ¡Ah, Tom, debías verme ...!. ¡Ven, Tom ...!. ¡Mírame así ...!. ¡Ven, ven ven, ven ... a verme ...!. ¡Ven, Tom, ven a verme ...!, Casi gritaba. 

Temiendo que sus gritos fuesen escuchados fuera y no sabiendo si, ciertamente, el señor Thompson se habría marchado, la abracé un poco, incorporándome, y alcancé su oído con mi boca. 

 _ Cálmese, señora Debrah. Venga, yo le daré cariño; todo el que necesite. Yo estoy aquí, a su lado para lo que me pida. Haga de mí lo que quiera ... ¿Quiere que le de muchos besitos ...?. 

Mientras le hablaba, la voy trayendo hacia mí por la cintura, besando toda su espalda, su cuello, sus mejillas, que ya yo alcanzaba con mis labios, entre los espacios que dejaba libres la mascarilla. 

Nos incorporamos, (o me levantó ella, atrapando mi barra entre sus nalgas), hasta alcanzar la camilla. Sentado yo y ella sobre mí, descansó el calor de su ano sobre mi pubis. Las nalgas colgaron a ambos lados de mi cadera, absorbida casi por la raja. Elevó el muslo izquierdo y descansó ese pié sobre la camilla. El otro no llegaba al suelo y quedaba suspendido en el aire al apoyar esa pierna sobre mi rodilla. 

Reclinó su torso sobre mí y sus cabellos cayeron sobre mi espalda, mientras rozaba su cara con la mía. Yo le acaricié el pecho tierna y pausadamente con una de mis manos; con la otra, le adoraba la cintura, el ombligo, la pelvis, las ingles; jugueteaba con sus vellos púbicos, los labios de su vulva y, suavemente, con su clítoris. 

Le besé la cara, el cuello y las orejas, y le comí el oído con frases de apoyo y lisonjas. Mis caricias, suaves y pausadas, así como mis besos delicados y cariñosos, parecieron calmarla un poco, pero todavía clamaba por su Tom cuando se abrió la puerta ...

Yo me temía lo peor, pero no hice nada por interrumpir su goce. No sabía qué iría a hacer ni qué escusa esgrimiría, -si es que me daban tiempo a hacerlo-, en caso de que fuera el señor Thompson en persona quien apareciera por esa puerta, que se abría. 

Ella no pareció inmutarse. Sólo se reclinó más hacia mí para alcanzar más mis caricias, y extendió, hacia la puerta que se abría, la vulva con su mano, exponiéndola aún más, mientras se clavaba más mi verga (si que esto era posible) con toda su fuerza y su peso. 

Entonces apareció, más sigiloso aún que antes,BarloćCuando se percató de lo que aún pasaba trató de volverse, pero lo detuvo la voz de Debrah, y quizás un tanto de curiosidad morbosa. 

_ ¡Pliíisss, siíirrr ..!, -

Fué la expresión de Debrah tan suplicante y prolongada lo que hizo volver a Barloć.

Barloć llegó hasta nosotros, lleno de dudas y temeroso. Pero al rebasar el biombo y ver la calma natural con que Debrah le mostraba su vulva extendida y rebosada por mi verga, se relajó. Acostumbrado como estaría en su experiencia mundanal a haberse visto en situaciones parecidas, se dedicó a valorar la situación y a atender los reclamos de nuestra cliente con la cortesía más natural. 

 _ ¡Llame a mi Tom, por favor, para que vea esto ...!. Quiero que me vea así ... Mire esto. 

-le decía  Debrah a Barloć extendiendo la vulva y elevándola para que éste pudiera valorar mejor-,   _ ¿No cree usted que mi Tom debería verlo ...? no ha vuelto. 

_En verdad, creo que sí le gustaría mucho, porque luce usted divina así,-  decía esto Barloć observando muy bien a la señora Thompson, pero con una serenidad y un saber estar impresionantes. Esto pareció agradar mucho a la dama, que todavía le rogó que la mirase un poco más y que le diese su opinión. 

Mientras le hablaba como un profesor a su alumna, Barloć examinaba visiblemente impresionado los encantos que Debrah le mostraba. Ella, en pago a su caballerosidad, le demostraba sus habilidades al imprimirle movimientos muy sugerentes y hábiles a su sexo, y le pedía su parecer. 

_ Es usted una dama encantadora y tiene un sexo estupendo y bello, como he visto yo pocos en toda mi vida, ¡y mire que he visto , y lo mismo y aún más le digo de su forma de disfrutar con su bello y abundante equipo. Es usted maravillosa, madame, y lo sabe hacer muy bien ...-, Debrah se iba animando con los halagos y la mesura de nuestro secretario. 

_ ¡Mire, mire usted ...!. Estoy al venir ... ¿Quiere usted quedarse para ver como vengo con mi doctor ...? .- le decía, avivando su ritmo y mostrando todo lo que poseía, que era mucho ... Barloć me miró de soslayo y, en un momento en que ella no lo detectara, me hizo una seña con las cejas, mostrándome su asombro ya la vez un gesto interrogante, disimulado. Yo le indiqué con otro gesto, por detrás de Debrah, que lo mejor sería que esperase fuera. 

_ No sabe usted cuán infinitamente me gustaría ser testigo de un hecho tan maravilloso como un orgasmo su yo, madame. Se lo agradezco con toda mi alma. Pero el deber me llama. Muchas gracias. Me ha regalado usted una maravilla que no olvidaré nunca .... 

Diciendo esto, Barloć todavía se inundó un poco más los sentidos con los encantos de Debrah y, tras hacerme un gracioso guiño, hizo una cortés reverencia, le tiró un amable beso a nuestra cliente, y se marchó. La puerta no se había cerrado tras de Parlov, cuando ya Debrah gemía hacia el delirio de otro intenso y extenso orgasmo. Todavía se abrió de nuevo la puerta, y Parlov asomó muy discreto y sonriente, levantando hacia noso tros el dedo pulgar, en signo de aprobación. 

 _ ¡Mírame, mírame ...!, ¡Mírame y mira mi coño ...!. ¡Vamos, vamos ...!, -Le gritaba mi paciente a nuestro secretario-, -¡Vamos ...!. Próximo...!. Sí...!. Sí...!. ¡Mira ...!. Próximo...!. ¡Coño ...! Imbécil...!...

Comenzando esos últimos gemidos so "corridos" de Debrah, Parlov saludó agradecido, le tiró otro beso y, haciendo una genuflexión cortés, extrajo su enorme miembro, bien erecto y visiblemente ruborizado. Depositó una escupida en su mano derecha y, mientras sostenía la puerta con su otra mano, bloqueándola, contra su cuerpo, se barnizó la estaca, lenta, pausada y elegantemente, sin perder la compostura ni dejar de saludar y agradecer cortésmente.

La deliciosa madame le ofrecía más su encanto, y se corría más intensamente ante la visión del enorme madero, que tan gentil y señorialmente le dedicaba aquel elegante sobado a las dulzuras de ella. 

Repartiendo hábilmente su atención entre las ofrendas de la chica y la situación externa, Parlov todavía me miró inquisitivamente. A una señal afirmativa mía, arreció un poco más sus movimientos de fricción, y no tardó en aparecer por la escotadura de su torpedo, un proyectil blanco, espeso, abundante y enérgico. Tanto, que algunos de los goterones casi alcanzan a Debrah, a cuyos pies cayeron. A mí me había parecido interesante la situación creada, pero no estaba preparado para asumirla así, de golpe y sin esperarla, además de que temí que en cualquier momento volviera el señor Thompson.


Contrariamente a mí, mi fugaz compañera sexual había gozado mucho el morbo de sentirse fornicada por un desconocido doctor que la trataba con las lisonjas y la apasionada entrega a sus encantos que el señor Thompson quizás hacía mucho tiempo que no le dedicaría, -si es que alguna vez lo hiciera-; morbo que llegaba a niveles evidentemente altos cuando lo hacía observada por otra persona, también cortés, caballeroso, correcto y atractivo; y también proveniente de un país exótico. Su goce se hizo ya casi extremo, cuando pudo comprobar que los halagos del serbio no eran de cumplido, al presenciar el entusiasmo que en el órgano eslavo, elongado y terso, lo que provocó sus encantos y su deliciosa demostración sexual. 

Llegó casi a su culminación, cuando la estaca eurooriental le regalaba una chorreada lisonjera a sus encantos, coincidiendo con la que se daba ella, saltando y jugueteando en su espectacular clavada dentro de su rendija, con otra estaca, esta vez, cubana. 

Y dije "casi", refiriéndome a su goce, porque quizás nosotros estaríamos haciendo una antigua y acariciada fantasía sexual de la infeliz dama. Pero tal vez la fantasía se haya completado con el contacto directo del señor Barloć sumándose a nosotros, y puede que hasta del señor Thompson. Pero la situación no parecía propicia y creí que con lo que hacíamos ya estábamos sobrados.

Era muy posible que mi paciente-amiga estaba aspirando a que el señor Barloć le chupara sus pechos e hiciese lo mismo con su clítoris, mientras ella continuara rascándose con mi tranca las cosquillas de antes y las nuevas que le sacarían los "cuqueos" del eslavo. Imaginaba seguramente, que con esto habría obtenido más hambre dentro de su vagina, y se vería a sí misma calmando ese apetito creciente con una estaca clavada, -la mía-, al tiempo que la estimulaba más el portador de otra que, muy probable mente, la habría colocado en su boca sedienta. 

Habría visto así colmado su sueño de disfrutar de una feliz chorreada de su chocho hirviente, sirviéndose para ello de una verga firme y profunda, complaciéndole la entraña, mientras podría seguir disfrutando, al mismo tiempo, de lamer y chupar otra a su antojo. 

Como también imaginaría la bellísima damisela que si su esposo la viese en tan inusual derroche de creatividad, lo más probable fuera que se hubiera ofendido y, llamándole "puta", "cerda", o "guarra" -, se olvidaría por una vez de su circunspección para sacarse también su barra afrentada y cascársela en presencia de su delicada esposa, para metérsela en la boca y obligarla a chupársela junto con la del serbio, así como clavarle el hoyo del ano, para que la tranca del cubano libidinoso que le atravesaba el coño, tuviera que apretarse bien y darle así una buena lección a todos los agujeros de su irresponsable señora y a los forajidos que se la ultrajaban en sus narices. 

Aunque no estaría segura ella de que el seriote de su marido hubiera llegado a esto, mostrar su indignación sólo barnizándose la barra mientras ella disfrutara de las dos restantes en el coñito y el culito. 

O en su boca, una, y en cualquiera de los otros agujerillos, la otra; -que probabilidades de combinar habrían de sobra, agujerillos que hasta ahora aquél había creído sólo de su indiferente propiedad. 

Aspiraría así la soñadora dama, a demostrar a su esposo que ella no es tan santurrona, ni tan inepta en los trajines sexuales, como él seguramente la creería. Yo intuía todas las frustraciones pasionales de mi paciente, frágil, delicada e introvertida; atrapada en un mar de limitaciones ante las reglas morales de una sociedad y una educación que, lo más probable, le harían reprimir todas sus ansias. 

Y ahora, que por una vez podía sentirse liberada y dar rienda suelta a sus fantasías, mi inexperiencia en tales asuntos y mis temores ante lo que se pudiese originar, -en caso de que sus aspiraciones no fuesen bien recibidas por su marido-, me hicieron dudar, y limitar sus goces sólo hasta lo que hacíamos. Fue por ello que me mantuve al margen, y sólo me limité a proporcionarle el desahogo con la firmeza constante de mi falo, y ella lo agradeció infinitamente con su generoso orgasmo. La imaginación, a veces, compensa y hasta supera nuestras fantasías. 

Pero yo no llegué a conseguir uno para mí, y no le dí mi semen esta vez. 

El señor Barloć se preocupó aún de recolocar el biombo en su sitio y, mientras se lavaba las manos con el agua del grifo, saludó una vez más, agradecido, y se marchó cerrando tras de sí la puerta. Un tanto recuperada de su feliz y animado clímax, mi paciente se había percatado del asunto. Señalando hacia el semen que mi compañero le había lanzado cerca, me pidió: 

_ Quiero el suyo, doctor. Deme su sémen otra vez, "pliiisss". Quiero su leche ... "Pliiisss, agaaiinn" 

No me pude negar. Además, yo necesitaba dárselo. Pero Debrah me reservaba aún, otra sorpresa. 

Se deslizó por mis muslos hasta alcanzar el suelo con sus pies. Mi estaca descendió también, tirada por su vulva, y quedó enganchada sólo por la punta del glande en su vagina. Tiró de mí suavemente, usando esa conexión como "tirador", cuidando de preservarla con la mano que me halaba suavemente. 

Desde la camilla de donde partimos hasta la silla, -a donde llegaba ella-, nos separaba menos de un metro. Sin dejar de aspirar la nebulización que aún salía de la mascarilla, la escultural dama se colocó de rodillas sobre la silla. 

Estaba interesada en mostrarme una vez más la generosidad de sus encantos porque me los abría, empinaba y exhibía, mientras se frotaba mi glande por toda la cavidad que se frotaba bien con la mano, conocedora del efecto que nos produce ver nuestro propio miembro recorriendo y paseando por unas estructuras que, -también ella lo sabía- , sólo de verlas nos dan goce. 

Creo que eso habría sido suficiente para conseguir una buena estampida de semen, porque las sensaciones que lograba ponerme en el glande y los encantos que me mostraba daban para ello. Pero ella todavía aspiraba a cumplir, aún brevemente, otra de sus fantasías. 

Giró hacia mí y me ofreció la palma de su mano, pidiendo que se la escupiese. Deposité saliva en su mano, y ella se la frotó por el hoyo expuesto de su ano, que se dilató un poco más. Yo entendí, y deposité una segunda escupida sobre el agujerillo, que la recibió hospitalario. Su aspecto hambriento y reclamante me hizo acariciarlo y dilatarlo suavemente, y él no me defraudaba, porque se tragaba toda la saliva, que lo ponía muy brilloso y lubricado y que lo ampliaba, mostrándome su boca redondita y entreabierta. 

Debrah podía sentir lo que estaba pasando en el agujero de su ano porque cuando éste ya me decía abiertamente: "¡Ohh!", ella fue pasando el glande, -desde la vulva, la vagina y el clítoris-, hasta sus bordes, para hacer cosquillas. 

Como que el anillo anal de Debrah correspondía a las caricias de mi pene con más dilatación y ofrecimiento, las estructuras restantes le permitieron quedarse cada vez más tiempo en él. Yo le daba más saliva; él se la tragaba toda, y Debrah me pedía: 

_ ¡Escupa mi culo, doctor ...!. ¡Escúpalo y forníquelo, "pliiss" ... ¡Llenémelo de saliva, de polla y de leche ...!, mientras me lo abría más. 

Es impresionante cuán bella es esta señora, que sus mucosas son bellas, más bellas mientras más adentro. Le di muchas escupidas con mucha saliva, que ya nos chorreaba. Juntaba mi mano con la suya y entre ambos cogíamos el tronco de la tranca para frotarla, dar con ella golpecitos, hacer "cosquillitas" y adentrar, poco a poco en su culito abierto y desparramado, el glande, que se ponía muy rojo y se hinchaba más y más. No supe bien en qué momento, pero de pronto Debrah se clavó todo hasta lo último. 

Cuando lo tuvo bien adentro, consiguió una movilidad tal en sus nalgas y en su pelvis, que los movimientos de "abre y cierra" de unas y los saltos, temblores y convulsiones de la otra, consiguieron una frotación muy intensa de la barra en su recto . Pudimos escuchar los sonidos enchumbados que de ahí venían, aún por encima del ruido de la nebulización y de los gemidos de ella. 

Sentimos también el recorrido de "la oruga" por la vaina rectal, golpeándonos y moviéndonos dos dedos míos más dos de ella, que desde su vagina húmeda y vibrante la tactaban. 

Se incorporó todo lo que pudo, relajó hasta el máximo sus nalgas y su pelvis para penetrarse al máximo, y se lanzó hacia atrás dejando caer su cuerpo sobre mí. Casi nos vamos al suelo, pero me mantuve firme soportando los golpes de sus glúteos contra mis caderas, sosteniéndola con mis brazos por la cintura y el tronco, y apuntalando casi todo el peso de su cuerpo con mi tranca en su culo y nuestros dedos en su vagina. 

Las contorsiones de sus nalgas y su cuerpo se hicieron vertiginosas y pareciera que sus dedos se querían encontrar el útero, arrastrando allí a los míos. Cuando los espasmos calientes de sus músculos rectales me eximieron tanto el leño  que lo hicieron chorrearse bien adentro suyo, ya las palabras de Debrah, en su delirio, eran casi ininteligibles. Tenía toda la cara mojada de una mezcla de saliva suya y mía y del líquido de la máscara, que hacía más difícil comprender sus gritos. Sólo alcancé a descifrar: 

 _ ¡Mi culo, Tom ...!. ¡Mira como me lo clavan y me lo llenan de leche ...!. ¡Mi culo es tuyo, Tom ...!. ¡Toma mi culo follado y lleno de leche, Tom ...!. ¡Te amo, Tom ...! 

No lo pudimos evitar. Nos fuimos al suelo casi sin sentirlo, por lo intenso del orgasmo que estábamos ambos arrastrando en nuestra caída. Cayó sobre mí, y todavía se frotó y se adentró más el falo chorreante hasta que se fue calmando y se quedó tranquila.


Cuando el señor Thompson entró a la habitación de tratamientos en busca de su esposa, guiado por 
Barloć, ella dormía plácidamente sobre la camilla. Sus ropas estaban un poco húmedas en algunos sitios muy puntuales, y esto hacía más evidente el relieve de sus pezones, su vulva, y todas sus voluptuosidades, que se pegaban más al tejido por la corriente de aire  del ventilador que habíamos colocado. 

Quizá, el señor Thompson hubiera notado que su esposa no llevaba ropa interior, -si es que no lo sabía ya, desde antes-, o si su ausencia no se había prolongado tanto como para darle tiempo a beber más cervezas de las que su percepción pudiera tolerar sin llegar a distorsionarse. 

Una toalla limpia al lado de la durmiente dama y ​​una almohada cuidadosamente colocada debajo de su nuca delicada, además del ventilador, denotaban que habíamos tratado con delicadeza y atenciones a su esposa. 

Cuando Tom fue hasta Debrah para llamarla, ella abrió tenuemente los ojos y, al verlo, lo besó suavemente, pero con entrega y cariño. Tantas, que le ha tomado la mano y se la ha llevado al elevado de su pubis, recreándola en él y adentrándola suavemente, mientras relaja sus muslos. Sutilmente. Tom que, evidentemente está ahora un poco más comunicativo que de costumbre, le corresponde y le prodiga, risueño y tierno, algunos mimos. 

La amorosa esposa no se corta y rodea con sus brazos el cuello y la cintura de su amado, y le ofrece sus labios y sus pechos, que el marido no rechaza. El alcohol ha transformado un tanto la capacidad de comunicación de nuestro cliente, que ahora nos mira, sonríe y nos comenta lo mimosa que es su mujer. Nosotros le damos la razón, y nos marchamos hacia la recepción para no interferir en la intimidad de los tórtolos. 

En la recepción hay un chico que, evidentemente, espera algo. Es un chico joven, quizá más joven que el señor Thompson, -que debe andar por los treinta-, apuesto, muy bien arreglado y cuidadoso de su aspecto y su vestir. Quizá, un poco más de lo común ... 

_ Perdone usted, no sabíamos que había alguien esperando. ¿Qué desea ?. -le ha preguntado Barloć-, puede esperarlo aquí, aunque me temo que puede tardar aún ... 

_ No es problema, señor. Si me lo permite, puedo esperarlo ... 

_ En ese caso, siéntese usted y espere ... 

Ante la sugerencia de Barloć, nuestro visitante se ha sentado afuera, en la terraza, diciendo que estará mejor allí. Pasan unos minutos hasta que se abre la puerta y aparece el señor Thompson que, risueño y muy amable, parece ahora un chico más atractivo. 

El señor Thompson viste un pantalón elegante y moderno, muy ceñido. Tanto, que es evidente que tiene una erección que, además, no disimula. Es más, se está tocando ... 

Llega hasta nosotros decidido, carismático y sonriente. Sin más preámbulo, nos espeta:

_ Por favor, ¿pueden ustedes ocuparse de mi esposa? Es que mi amigo me está esperando ...



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IMPORTANTE: NINGUNA DE LAS ESCENAS SEXUALES ES REAL. TODO ES FICCIÓN E IMAGINACIÓN.
Durante los años en que he "prestado" mis servicios en una clínica médica que atiende al turismo en Canarias la mayoría de los pacientes que me tocaron _lo que allí más abunda_, suelen ser chicas o parejas, o grupos de amigos o de sólo "amigas" que vienen del Norte de Europa en sus habituales estancias vacacionales en estas tierras canarias. Estudiantes, los más, vienen muy de "relax" en busca de un "pack" que contenga sexo, morbo y esas "cositas", esperando darse de bruces (y también, "de otras posiciones") con el "latin lover".
Es así que no es inusual ver, en algunas de esas chicas (y chicos también, pero no es este el caso), ansias de mostrarse y exhibirse y, aunque parezca "pretencioso", exagerado y hasta desprovisto de suficiente "ética" el que yo lo diga, os puedo asegurar que, de esa búsqueda, ¡NO ESCAPA NI EL MÉDICO!
Se dieron situaciones singulares durante el ejercicio de mi profesión allí. Algunas, más explícitas. Otras, sutiles, sugerentes o  ¿ imaginadas...?.
Es lo más probable que así haya sido y lo que sí realmente "pasó" fue que, al transcurrir por la factoría de mi imaginación, estos ingenuos y hasta, muchas veces, casi inventados "pasajes", dieron como resultado unos relatos que NUNCA PASARON y, si alguna vez pasó algo "PARECIDO", NO HE SIDO YO SU PROTAGONISTA, sino un doctor con unas características y una historia quizá en algo parecidas a las mías, PERO NO YO.
No es más que "Literatura" y, quien sepa algo de ese apasionante arte, conoce también que, en cualquier obra narrativa, el que narra, quien cuenta la historia casi nunca es exactamente el escritor. 
Así es que, el "Narrador" no coincide nunca con "El Autor"  
¡Jamás sería "Él"!